viernes, 13 de febrero de 2015

13 de febrero de 2015

NO HABRÁ CLASE HOY 12 DE FEBRERO porque estoy enferma.  Catarro, fiebre, escalofríos, náuseas...  ¿Tenían que entregar la primera reflexión hoy?  Si así era, las pueden dejar en mi encasillado en el Departamento de Estudios Hispánicos a más tardar el lunes, así las corrijo para el viernes próximo.

El viernes próximo discutimos Quiroga y el modo de ponernos al día...

Saludos,

Melanie

pd.  No se preocupen que vi que la primera reflexión es para el 27.

viernes, 6 de febrero de 2015

Nota para clase del 6 de febrero

Las lecturas están en Printing Machine desde el martes...  Sorry, me tardé un día adicional a lo previsto.

Acá unas notas mias sobre el gótico, parte de un libro que estoy haciendo, que se apoya en dos críticos que no hemos trabajado en clase...

título para esto:  Gótico transculturado en las Américas.
©Melanie Pérez Ortiz

Para contextualizar esta forma de escritura regreso a las ideas que propone Franco Moretti en su libro sobre lo que hasta muy recientemente se llamó “literatura menor” titulado Signs Taken for Wonders.  En él estudia el origen tanto de Drácula (Stalker) como de Frankestein (Shelley) y su relación con el pleno desarrollo de la revolución industrial.  Ambos monstruos, dice, son una especie o raza aparte que amenaza con desplazar la raza humana (los capitalistas).  Según Moretti esta raza es la del proletariado, hijo del capital que amenaza a su dueño:  la amenaza es que vivirán para siempre y conquistarán el mundo.  Ése es el miedo que hay que matar en las ficciones de tema sobrenatural, propone.  Me parece, no obstante, que la lectura se puede complicar más allá de los términos marxistas en que está planteada si se toma en cuenta que desde su inscripción en los procesos de simbolización del intercambio trasatlántico desde las capitales de occidente, el Caribe se ha caracterizado como un espacio habitado por seres monstruosos.  El Calibán del drama “La Tempestad”, escrito por William Shakespeare en la temprana modernidad, que tantas reescrituras caribeñas ha sucitado, es un claro ejemplo de ello.[1]  También la mujer se convirtió en monstruo--con implicación también de su raza y situación económica-- en el contexto de los procesos modernizadores.  En su libro titulado The Rise of Supernatural Fiction, E. J. Clery describe los cambios en la recepción de las historias de fantasmas en el contexto de la Ilustración por medio de una historia publicada en 1711.  En ella hay un viajero hospedado en casa de una viuda, quien lee con descontento mientras escucha que las mujeres y los niños hacen un círculo en su ritual familiar nocturno para escuchar cuentos de horror.  El visitante mira la escena y la juzga; se deberían extinguir las historias de horror que atentan contra la razón.  En su análisis Clery observa lo siguiente:  “ El grupo [de mujeres y niños] parece representar un orden social que logra su cohesión a través de los mitos, un círculo enlazado y apretado por las sensaciones compartidas de facinación y terror”  (3, mi traducción).  Eso, mientras que la ilustración resulta ser una ruptura con el pasado.  Pero, ¿A qué se le teme en el presente de capitalismo incipiente en que se escribió la histoira a que me estoy refiriendo?  ¿A qué se le teme ahora?  Es la pregunta que organiza mi discusión en cuanto al nuevo gótico.  ¿Qué mitos nuevos unirán en cohesión como antes lo hacía el hecho de contar y escuchar histoiras reunidos en torno a un fuego? Visto desde la periferia, la historia de nuestra implicación en el capitalismo mundial y sus prácticas violentas son inenarrables.  Clery organiza su argumentación desde un análisis de los orígenes del gótico en el contexto de la expansión del capitalismo a nivel mundial y, con él, la expansión de la imprenta.  Observa que en la Inglaterra del siglo XVIII se vio la comercialización de los espíritus mediante la publicación de historias de terror, a la vez que se espiritualizó el capital, puesto que “el lenguaje de lo sobrenatural se usó cada vez más para universalizar y justificar las características del capitalismo”  (7, mi traducción).  En cuanto al argumento en esta sección de mi reflexión, pienso que en el momento histórico en el que se derrumban los mitos que dan cohesión a la modernidad se retorna a la ficción como un medio para, en torno al fuego, contarnos historias nuevas que organizarán un renovado presente mítico.  Si la imprenta fue en parte responsable de la mistificación del capitalismo, entonces para poder desmitificarlo se aprovecharán las nuevas tecnologías comunicacionales de esta nueva etapa del capitalismo.  Esto,  precisamente, es lo que estudia Cristina Rivera Garza en su libro titulado Los muertos indóciles que ya he mencionado antes.  Dice:
Si los teóricos del posfordismo tienen razón, vivimos entonces en una época en que el trabajo inmaterial --basado en el conocimiento no formal, la imaginación o la inventiva-- ha reemplazado al trabajo físico como productor de plusvalía.  Ciertamente, las habilidades lingüísticas se han convertido en un factor fundamental tanto en la producción de mercancías como en la forma en que éstas adquieren valor.  El surgimiento y la sobrevivencia del capitalismo cognitivo, también conocido como biocapitalismo o semiocapitalismo, depende más y más de su habilidad para incorporar, subordinar y explotar una serie de capacidades hasta ahora comunes, en el sentido de formar parte del bien común, a la experiencia humana, tales como el lenguaje, la facultad de socialización, la vivacidad o el ánimo.  El predominio del trabajo inmaterial, y la línea difusa que éste presenta entre el trabajo de producción y el de la producción del “sí mismo”, puede conducir fácilmente a una sociedad en la que todo, del balcuceo a la amabilidad, sea suceptible de comercialización.  Este sería, sin duda, el infierno privado de Adorno: la mercantilización total.  (41-42)

En este nuevo contexto la escritura se reapropia de las tecnologías y del lenguaje.  Por eso a Rivera Garza le intersa la escritura en la plataforma de Twiter y otros medios electrónicos afines.  A mí me interesa la autopublicación y el abundante y continuo surgimiento de editoriales independientes en la isla.  Las dos escritoras que estudio en esta sección y en la próxima, Marta Aponte y Ana María Fuster, publican sus textos de forma independiente o con editoriales independientes (en el sentido de que son de pequeña tirada, distribución, además de que no cuentan con auspicios estatales, de empresas multinacionales ni de la academia).  Además, redefinen el miedo para dirigirlo, precisamente, a las exclusiones y violencias históricas del capitalismo y sus efectos en la isla. 
Así describe Marlene Duprey estos efectos en la incipiente modernización de la isla durante el Siglo XIX, en su libro de ensayos que tratan sobre la biopolítca en Puerto Rico, titulado Bioislas: 
Durante el siglo XIX esta diferenciación del cuerpo femenino a partir de sus condiciones y características económicas y raciales marcará una relación de impropiedad políticamente importante.  Tanto el discurso religioso como el médico configuraron un discurso del cuerpo de las mujeres como peligroso y proclive a la ingobernabilidad, diferenciándolos simultáneamente.  De este modo, el cuerpo de las mujeres constituirá un espacio heterotópico; siendo un adentro y un afuera a un mismo tiempo.  (57)

Adentro y afuera porque la mujer, en los procesos modernizantes tuvo cada vez más y más la posibilidad de ser sujeto de poder a la vez que siempre, y a pesar de ello, se la representó como objeto de sus pasiones.  Franco Moretti, en el ensayo que cito arriba, pasa de la lectura marxista a la sicológica para hablar de la líbido obviamente presente en los textos que discute, sobre todo en las representaciones vampirescas, pero le cuesta hacer la conexión entre estos dos modos de leer un mismo corpus de textos--el materialista histórico y el psicoanalítico.  En mi análisis prefiero pensar la raza de monstruos en los textos góticos históricos como raza (y a veces como mujer) en lugar de como proletariado, puesto que en la modernidad se ha jerarquizado las sociedades de modo que ciertas razas--teniendo en cuenta que incluso este término es una ficción-- han podido llegar a ser dueñas del capital mientras que otras han quedado excluidas de este privilegio, con excepciones y complicaciones.  Las mujeres siempre han ocupado ese lugar que Duprey ha llamado heterotópico, es decir, un lugar otro que a veces es interno a los privilegios en cuanto al poder y otras es externo.  La sexualidad se implica también en la representación del concepto “raza” puesto que es mediante la copulación que ésta se “contamina” o se mantiene “pura”, términos importantes para la formación de las sociedades segregadas modernas más allá de la retórica de “libertad, fraternidad e igualdad” a ambos lados del Atlántico.  Así lo plantea Duprey:
Los alumbramientos anormales van a servir para fundar la norma aceptable del cuerpo de las mujeres.  Fueron el correlato de lo inaceptable, de lo extraño e insano que puede germinar del cuerpo de las mujeres.  Más que suerte, la posibilidad de disponer de tan prolija población fue el producto del imponente proceso de institucionalización que en Europa Foucault denominó el gran encierro.   Un excedente de madres solteras, pobres, negras y prostitutas pasaban por estas salas de parto para convertirse en “los casos” a partir de los cuales los médicos compartirán sus opiniones, su fascinación, su horror, su curiosidad o rechazo sobre el cuerpo de las mujeres.  (118, énfasis en el original)

Dicho en las palabras de Roach:  “Competing with, complicating, and complementing the production of human difference in the performance of life and death, freedom and bondage, are sexuality and gender, the imaginative reconsideration of which has transformed the study of Restoration and eighteenth-century theater”  (75).  A esto añade que los rituales en torno a la muerte son ocasiones para marcar y cuestionar los lazos en las identidades circo-atlánticas, de modo que la micegenación y sus representaciones están relacionadas a los miedos que padecen algunos ante la posibilidad de que colapsen esas fronteras artificiales denominadas como razas (111).  Siguiendo a Orlando Patterson, concreta la idea de la raza “otra” como monstruosa cuando señala que se puede comparar el estatus de los esclavos con el de muertos vivos.  A los muertos se los trata como a una raza aparte y es por eso que… “to a culture predicated on the segregation of the dead, ghosts, even when they are mediated by living effigies, are so deeply theatening (113).  La modernidad higienizó la relación con la muerte, hizo de los cementerios ciudades fuera de los confines de la ciudad de los vivos: los muertos ya no se velarían en casa, sino en la funeraria y serían embalsamados por profesionales.[2]  En esa institucionalización de la relación con nuestros muertos, se los convirtió en una otredad racial equivalente en términos simbólicos a la sexualidad en general y a la representación de la mujer y del negro--o cualquiera de las supuestas tonalidades en contrapunto con las cuales se define el “blanco”--, puesto que todos ellos, al comportarse como “salvajes” que se resisten a ser disciplinados acosan como fantasmas la limpia separación de la sociedad en clases y castas. 
Los monstruos, Frankestein y Drácula atacan especialmente a las mujeres, precisamente, porque sus cuerpos son heterotópicos, a la vez, a veces parte de la raza y la casta que impone los proyectos civilizadores y objeto (en el sentido de propiedad) salvaje que reta el orden desde adentro.   Sobre el alto contenido sexual de la metáfora del vampiro, explica Moretti:  “‘Dracula’, David Pirie has written, ‘...can be seen as the great submerged force of Victorian libido breaking out to punish the repressive society which had imprisoned it; one of the most appaling things that Dracula does to the matronly women of his Victorian enemies (in the novel as in the film) is to make them sensual.”  (98).  En el contexto caribeño, es mi propuesta, la lectura del gótico tiene que pasar por una reflexión sobre lo que representa la modernización en torno a los nuevos controles que ejerce el biopoder sobre las poblaciones de distintos “sexos, edades y razas” con el propósito de disciplinar e higienizar la ciudad, como muestra la siguiente cita que Duprey extrae del periódico local del Siglo XIX La Salud:
...aquí en la Capital es preciso clamar... que no bastan las habitaciones de alquiler para los millares de indigentes que á ellas acuden:  mientras que en los altos de las casas se baila y se rie, en los bajos, en la oscuridad de inmundicias y húmedas covachas, yacen confundidos sexos, edades y razas y no faltan enfermos graves, moribundos de necesidad y de abandono, contaminando el aire que se eleva… á envenenar los espaciosos salones del rico…”  (Citado en Duprey, 40-41)

El otro produce el miedo a la contaminación lo cual exige la segregación para la protección de las clases/castas dominantes.  En esa cita organizada desde la jerarquización de lo alto y lo bajo, habla de las otredades como habitantes de un inframundo de peligros que acechan a los habitantes que viven en felicidad en las zonas altas.  Parece una confrontación entre vivos y muertos.
Ante este panorama, hay que tener en cuenta que de los procesos históricos lo que se recuerda siempre está suceptible de ser olvidado y lo que se ha borrado siempre amenaza con volver.  Se trata de una guerra entre la memoria y el olvido:  “Improvised secular rituals coalesce as memory in the process of forgetting that creates the Circum-Atlantic identities.  The ghosts of the sacrificed still haunt these historic spaces.  Effigies accumulate and then fade into history or oblivion, only to be replaced by others”  (109).    Esa guerra también se puede traducir como el conflicto entre el consciente y el subconsciente del sujeto moderno, puesto que desde el sicoanálisis no se olvida sino que se reprimen las realidades con las que no se está preparado para lidiar.  Así lo pone Iris Zavala en un interesante artículo sobre el gótico en España titulado:  “Erotismo y terror:  El fantasma del texto y cuando los espejos tienen manchas”:
 El entramado insólito es una proyección de la culpabilidad edípica reprimida y la angustia y el miedo producidos por la castración. Se organiza mediante las leyes de lo simbólico-el Padre- y es hoy por hoy lo que J. Kristeva (1980) entiende por «lo abyecto» o el horror creado por el inconsciente que marca el signo de la modernidad. En esta concentración, el inconsciente es un rizoma abigarrado de ideas inadmisibles e involuntarias, madriguera de fugas y alianzas dañinas, que inducen o conducen a ciertos tipos de comportamiento. El inconsciente está habitado por lo subterráneo, lo oculto, lo lóbrego y sin luz de los deseos, impulsos y carencias reprimidos, normalmente de índole sexual y casi siempre de naturaleza destructiva.  (np)

Es notable en esta cita la descripción del subconsciente como si se tratara de un espacio físico que es incluso afín a las descripciones de ciudad-después-de-la-caástrofe de Lalo.  


[1]  Algunas de estas reescrituras se encuentran en el volumen Todo Calibán, donde se editan las distintas elaboraciones que produjo Roberto Fernández Retamar desde Cuba.
[2] Dice Duprey sobre la expulsión de los muertos de los confines de la ciudad como una medida higiénica:  El cementerio, tal y como hoy lo conocemos, emerge pues de las políticas que en el siglo XIX se levantaron en torno a la deposición de los cadáveres en tanto lugar de amontonamiento de material descompuesto capaces de propagar enfermedades y epidemias.  En ese sentido, la aparición del cementerio individualizado tiene que ver mucho menos con un respeto hacia los muertos, que con un deseo de potenciar la vida, de proteger a los vivos  (40).  Más adelante dice:  Para mí, la ubicación de los cementerios en las afueras de la ciudad y el deseo de deshacerse del cuerpo muerto como foco de infección, se ofrece como una extraordinaria analogía en la representación del cuerpo de la pobreza como aquello que atenta contra la vida y la salud de la ciudad  (41).